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Estas películas son de hace 20 años y son mucho mejores que ‘Titanic’

Estas películas son de hace 20 años y son mucho mejores que ‘Titanic’

En un ya lejano 1997, ‘Titanic’ llegó a nuestra vida para convertirse en la película romántica por excelencia. Su éxito opacó un gran año cinematográfico y dejó enterradas ciertas joyas que merecen ser rescatadas. ¿Por qué? Porque son simplemente mejores. Estas son algunas de las que merecen su mención.

‘Boogie Nights’

Su director, Paul Thomas Anderson ya había debutado el año anterior con ‘Hard Eight’, un thriller mínimo (y altmaniano a más no poder) que expandía uno de sus cortometrajes de juventud. Su segunda película también hunde sus raíces en el amateurismo de VHS (si necesitas comprobarlo por ti mismo, YouTube viene al rescate), pero el salto de calidad fue más que evidente: un drama que recorre toda la edad dorada del porno con la mezcla de urgencia y meticulosidad de quien se prepara una buena raya. Precisamente ese era el talón de Aquiles de John Holmes, principal inspiración para el código cero superdotado a quien interpreta Mark Wahlberg (en concreto, su posible conexión con los asesinatos de Wonderland). La vida se va desarrollando con ritmo entrópico a su alrededor, aunque Anderson también encuentra espacio para esconder un sincero canto de amor al cine en el personaje de Burt Reynolds.

‘Desmontando a Harry’

La obra de Woody Allen más confesional desde ‘Stardust Memories’ (1980), y también una de las más libres. Esa estructura desgranada a través de flashbacks acercó a Allen a los grandes narradores posmodernos norteamericanos, pero la película no esconde tampoco sus deudas con Fellini y Bergman (aunque quizá menos evidentes, o más pasadas por el filtro de lo alleniano, que en otros trabajos suyos de los 90). Si el cineasta neoyorquino no es exactamente tu marca de vodka, ‘Harry’ no va a hacer nada para remediarlo: todos sus defectos de carácter, sus neuras psicosexuales y sus cosas tan de señor blanco heterosexual campan aquí a sus anchas.

‘Mente Indomable’

“Escrita por Matt Damon y Ben Affleck” no es algo que los créditos de las películas muestren muy a menudo. De hecho, este auténtico cometa Halley cinematográfico fue recompensado con un Oscar al Mejor Guión Original, y la imagen de los dos jóvenes prodigiosos recogiéndolo supuso el único momento de toda la ceremonia que realmente hizo sombra al triunfo de ‘Titanic’. Todo pudo haber sido muy distinto: Damon empezó a escribir la historia de Will como trabajo final para unas clases de dramaturgia que estaba cursando en Harvard. Cuando su amigo Ben se unió a la tarea de convertirlo en libreto cinematográfico, los dos estaban muy emocionados con la idea de convertir al protagonista en recluta del FBI, pero entonces llegó nada menos que Rob Reiner con un par de sugerencias: centrarse en sus aspectos más dramáticos (es decir, la relación de Will con el psicólogo interpretado por Robin Williams) y contratar a William Goldman para hacer una última revisión. Ya solo quedaba confiar en un director tan escrupuloso con el tono como Gus Van Sant para llevar a buen puerto una de esas películas capaces de marcar a toda una generación. How d’ya like ’em apples?

‘Gattaca’

No hay demasiadas películas de ciencia-ficción que se adscriban sin problemas al biopunk, subgénero centrado en ingeniería genética, las modificaciones corporales, el posthumanismo y, en general, en sustituir con biología la fascinación que el cyberpunk tiene por los flujos de datos electrónicos. Por eso, ‘Gattaca’ es un pequeño milagro: a nivel temático, a nivel estético (su diseño de producción, obra de Jan Roelfs y la directora de arte Sarah Knowles, pegó bastante), a nivel de dirección e incluso a nivel interpretativo, con Jude Law dando uno de los mejores papeles de la primera fase de su carrera. Además, el tiempo ha acabado dando la razón a la distopía eugenésica de Niccol: el determinismo genético de la película ya es una realidad en el mundo corporativo actual, mientras que la discriminación campa a sus anchas por la sociedad norteamericana. Quizá su idea más provocativa esté oculta en su monólogo final, donde el personaje de Ethan Hawke reflexiona sobre el origen extraterrestre de la humanidad: no es una película que los obispos recomienden para Semana Santa.

‘Funny Games’

Reflexión sobre las formas de representación de la violencia a las que el cine y los informativos nos han acostumbrados, esta comedia negra empleaba el metalenguaje para hacernos partícipes de una experiencia límite como espectadores. Solo había un problema: su naturaleza de producción austríaca hablada en alemán y francés no la convirtió, precisamente, en la favorita de las multisalas, de modo que Haneke se vio obligado a rodar un remake en Estados Unidos unos once años después. Al fin y al cabo, su objetivo siempre fue mostrar ‘Funny Games’ a la clase de público que ya creía tener anestesiada su capacidad de reacción ante el horror en la ficción. Muchos prefieren esta segunda versión: su naturaleza de calco añade varias capas de significado a este ejercicio sobre los límites del simulacro.

‘The Game’

Quizá sea la película más abiertamente hitchcockiana de un director (David Fincher) que siempre ha admirado el formalismo de ‘La ventana indiscreta’ (1954) o el sentido del humor retorcido de ‘Con la muerte en los talones’ (1959). No tuvo tanta suerte en taquilla como ‘Se7en’ (1995) y, a simple vista, no parece un trabajo especialmente personal, más aún si tenemos en cuenta que inmediatamente después vino ‘El Club de la Pelea’ (1999). Sin embargo, no son pocos los que creen que el personaje de Sean Penn contiene el ADN puro del Toque Fincher: un artista perverso, capaz de reordenar las pequeñas piezas que componen la vida de su hermano del mismo modo que un narrador conduce a su criatura imaginaria hasta la catarsis. Si nos fijamos, toda la filmografía del director va de eso: creadores, arquitectos, fabuladores manipulando la realidad a su antojo. Todo para complecer a una audiencia en ocasiones imaginaria.

‘Lost Highway’

No es casual que esta sea la única película de Lynch que cuenta con una adaptación en forma de ópera: su segunda colaboración con el escritor Barry Gifford trata temas que no habrían desentonado en un libreto de Gluck, escenifica fugas psicogénicas tan extremas como los pasajes centrales de ‘El anillo del Nibelungo’ y sustituye las arias por canciones de David Bowie, Marilyn Manson o Rammstein. El filósofo Slavoj Zizek dio con la clave en el título de su ensayo sobre la película: ‘El arte de lo ridículo sublime’, buena manera de describir secuencias como el estallido de ira automovilística de Robert Loggia o el encuentro en la cabaña con un Robert Blake que maneja su videocámara como si moviera un arma. Desde las tinieblas domésticas del primer acto hasta el descenso circular a los infiernos del final, ‘Carretera perdida’ anunciaba el camino que el cine de terror del siglo XXI debería haber tomado. Pero no lo hizo.

‘Jackie Brown’

Tras la resaca de ‘Pulp Fiction’ (1994), Tarantino se tomó tres años sábaticos para preparar su proyecto más a contracorriente. En esencia, lo que se propuso fue partir de material ajeno (la novela ‘Rum Punch’, de su amado Elmore Leonard) y reducir a la mínima expresión esa estetización de la violencia que gran parte de la crítica había confundido con la esencia última de su cine. No es casual que la mayor parte de los asesinatos de ‘Jackie Brown’ estén narrados en off, o que el guión prescindiese a propósito de la gran escena de acción que puntúa el libro original: Tarantino hizo un esfuerzo por huir de lo obvio, y en el proceso descubrió a uno de los personajes más poderosos de su filmografía. Decidida, frágil, astuta y llena de matices, la Jackie de Pam Grier se impuso a sus orígenes meramente referenciales y, gracias a un plano final increíble, acercó el universo Tarantino a una emoción y una verdad que ya no podía seguir enmascarando con quiebros posmodernos.

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